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Mensajes de Corpus Christi (2009-2018)




Corpus Christi (2018)

 

Escuchamos en la primera lectura: “Esta es la sangre de la alianza que el Señor hace con ustedes”. La sangre significaba la vida y se purificaba al pueblo con la sangre que representaba la vida de la comunidad que caminaba hacia la tierra de promisión.

“La Nueva alianza” supera la aspersión expiatoria de sangre de animales para purificarnos con la sangre del redentor, como dice la Epístola a los Hebreos: ‘Cristo es mediador de una Nueva Alianza’'[1] entre Dios y los hombres. Esta alianza nueva y eterna la eleva Cristo para salud de todos los hermanos.

Cada vez que comulgamos, Cristo se encarna de algún modo en nosotros desde el sacrificio incruento de la misa, nueva alianza en su sangre.

Esta Eucaristía es prolongación de la Encarnación del Verbo, Cuerpo de Jesús, de María, que creció hasta la cruz, pues Dios se unió de modo indisoluble con la naturaleza humana. El mismo Jesús, que se une a nuestra naturaleza humana por la delicadeza de su amor, encuentra la manera de convertirse en alimento sustancial para que al comerlo nos unamos con El, nos hagamos una cosa con Él, nos asimilemos a Él, nos transformemos en Él. Así, la unión personal que no pudo realizarse en la Encarnación, se realiza en esta comida pascual y nos compromete a ser instrumentos de comunión, hermanos en Jesús.

Por eso, la Eucaristía no sólo es sacramento de esta unión personal con Jesús, sino también, Sacramento de la unidad eclesial.

San Pablo nos dice que el pan es uno porque formamos un solo pan.  Aquí nace la construcción de la unidad… ¡En torno al Pan! Podemos decir que nuestra conciencia de Iglesia, empieza en la Eucaristía, en torno al Pan…en torno a la mesa de los bautizados. Jesús, Pan de Vida, de unidad, de fraternidad, nos convoca… y al convocarnos nos encontramos todos en Él. Una participación activa y comprometida en la Eucaristía nos lleva a una mayor participación en la comunidad parroquial, eclesial… Nos lleva a tomar conciencia de que, así como vamos construyendo la fraternidad en torno al Pan, así construimos la iglesia, haciendo camino juntos. Y este caminar juntos, como pueblo de Dios en movimiento, es la expresión de sinodalidad, palabra nueva que significa hacer camino juntos, un estilo de ser iglesia corresponsable y participativa, en comunión. El Papa Francisco afirma que ‘’el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio’’[2]

La Eucaristía, principio de unidad, es el alimento que nos da la fuerza para que la vía estrecha y difícil de la sinodalidad sea posible. Sólo desde la fuerza de la Eucaristía podremos hacer camino en este compromiso sinodal. No es una opción. No es, si nos gusta así o no. No es para ‘’dejarlo para más adelante’’. Es hoy la expresión y el estilo de ser iglesia desde la unidad que nace en el corazón de Jesús abierto a todos y que, en esta tarde, nos congrega como Iglesia diocesana.

Y este camino no es un camino de sanos, de santos -¡aunque busquemos la santidad!-, no es un camino libre de obstáculos o limitaciones. Dice también Francisco que: ‘’La Eucaristía sana los errores del pasado y dispersa el recuerdo ingrato de las injusticias recibidas. Es el recuerdo grato de su amor paciente porque sabemos que, aún en las dificultades, el Espíritu de Jesús permanece en nosotros… Sana también la ambición de estar por encima de los demás, de la enfermedad del individualismo y de ser agentes de división o discordia’’[3]. Nos puede sanar también de andar hambrientos de novedades pero famélicos de gestos de amor.

La Eucaristía siempre estará unida por la sangre de Jesús como sacramento de la vida para tantos que hoy no saben qué hacer de sus vidas: despojados, vejados, ancianos descartados y arrojados a la soledad, jóvenes sin esperanza o sin horizontes más que el que les puede dar, pasajeramente, el consumo de sustancias, el miedo, la depresión y la angustia ante situaciones de enfermedad o pobreza. ¿No tendremos que estar más atentos a estos hambrientos de Jesús, mientras caminamos juntos? ¿No tendremos que escucharlos y escucharnos? …….

‘’Esta es mi Sangre, la sangre de la Alianza que se derrama por muchos”. Este es el Evangelio vivo que hoy proclamamos: la Sangre y el sacrificio de Cristo de donde nace la verdadera y contagiosa alegría del amor y de la unidad. Tiene que llegar a los pequeños del Reino a través de los que comulgamos con Jesús, de los que nos dejamos alimentar y saciar, de los que lo adoramos y nos unimos a Él para poder hacernos servidores de la vida, de toda vida, conciudadanos en la calle del dolor y en la posada del alivio, en la cercanía fraterna y en la lucha interior por generar espacios de comunión.

No hay sinodalidad sin estos gestos de amor. No habrá camino de comunión para muchos, si no nos dejamos tocar el corazón, si no nos desinstalamos, si no nos dejamos interpelar por la realidad y discernir en consecuencia para obrar como cuerpo.

Y si hablamos de camino… la Eucaristía siempre tiene algo de viático: del alimento para la última etapa de este camino en la tierra, compañía que nos transporte hacia el ansiado banquete final donde el mismo Dios nos preparará una mesa grande de familia. Mientras tanto, tendamos la mesa de la Sinodalidad desde la cercanía, el encuentro, el compromiso y el deseo de que todos puedan participar del camino responsable de hacernos cargo de toda vida. María, la Reina de la Paz, con su presencia maternal y su ternura de mujer, estará atenta para interceder ante nuestros deseos y nos pondrá en el corazón de su Hijo.

+ Mons. Jorge Rubén Lugones S.J.
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora

 

[1]Hb. 9,15

[2]Francisco, Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario del Sínodo de los Obispos 17-10-2015

[3]Francisco, Homilía en la fiesta de Corpus Christi, 2017

 


 

Corpus Christi (2017)

 

Querida comunidad, la historia es para recordarla y saber que también hoy hacemos historia, en el año en que celebramos los sesenta años de la creación de nuestra querida diócesis lomense.

El libro del Deuteronomio nos proponía en boca de Moisés el valor de la memoria: Acuérdate del camino que tu Dios te hizo recorrer (Dt 8,2).

Hoy queremos como diócesis hacer memoria agradecida en esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, memorial de redención, con una actitud eucarística de gratitud: Eucaristizar.

Eucaristizar nuestro camino andado con Dios y con su pueblo. Lo hacemos desde nuestra entrega, desde el deseo del encuentro, desde nuestro despojo, desde nuestro respeto, desde nuestro sacrificio, desde la apertura al diálogo, todas estas son notas del amor, que nos hermana y nos hace agradecidos.

Queremos Eucaristizar la memoria: memoria agradecida, recordando la toma de posesión del primer obispo Mons. Filemón Castellano y su primera carta pastoral titulada: “Todo por la caridad y en la paz”.

Nos decía: “Todo el hombre tiene que ser mejorado y santificado, y todo el hombre es ese ser concreto que tiene hambre, que no tiene techo, que sufre en su cuerpo o en su espíritu, que se siente incomprendido por la sociedad inconsciente u olvidadiza, que pareciera haber abandonado, en ciertos momentos, el precepto divino Amaos los unos a los otros… esta acción evangelizadora de la iglesia tiene que abarcar todo el ámbito de la dignificación humana”.

Desde esta actualidad del mensaje pedimos a Jesús Eucaristía que se nos recree este deseo de grandeza, de encuentro, de ser atalaya del sur, una región que necesita que sus hijos se jueguen por el bien común, se despojen de su verdad y defiendan la verdad, que la deuda social  no siga abriendo grietas de exclusión donde nuestros chicos más vulnerables optan por la droga o la violencia; es fácil condenar el delito pero cuanto nos cuesta prevenirlo, hacernos cargo como ciudadanos.

Debemos ocuparnos y respetarnos, para abrirnos a la esperanza, una esperanza ardua, pero que nos devuelve la dignidad de personas amadas por Dios, es una esperanza eucaristizada que no defrauda porque es una gracia regalada del corazón de Dios para nuestro pueblo.

Como Comunidad, desde las distintas áreas pastorales, estamos ocupados por seguir afianzando el trabajo interinstitucional, redes solidarias para atender la problemática de la juventud y la niñez, y seguir generando en los niveles que correspondan políticas públicas en torno a ello, con especial énfasis en los aspectos culturales, deportivos, laborales y recreativos.

Recordamos  y eucaristizamos este legado que nos dejaba nuestro primer obispo: “Por eso la Iglesia tiene que hacerse presente en todos los sitios: en la fábrica, en el hogar, ya sea casa confortable o tugurio de miseria, en el campo de deportes o en los centros de esparcimiento”.

Qué riqueza será para todos una Iglesia presente en lo que Francisco propone como las periferias existenciales, que ya en la Asamblea Diocesana, hace cuatro años (2013), se proponían como desafíos: salir y tener presencia con los jóvenes en clubes, plazas, escuelas estatales… Crear  pastorales o alentar las existentes para ayudar a jóvenes sin trabajo, escuchar las problemáticas de la comunidad, actividades religiosas en lugares públicos, evangelizar desde las expresiones de la religiosidad popular, organizar encuentros populares (kermeses, festivales, mateadas), conocer y valorar las culturas, mayor dedicación en la inclusión de personas, unificar criterios pastorales, etc.

Qué actual es el mensaje de Mons. Filemón: “Y su acción (de la Iglesia) evangelizadora tiene que abarcar todo el ámbito de la dignificación humana, desde la escuela hasta el dispensario médico (salita) y desde la casa de salud  (hospital) o de regeneración (hoy centros de recuperación de adicciones, neurosiquiátricos, cárceles) hasta el refugio nocturno para el que no tiene hogar ni vivienda estable” (nuestras obras de Cáritas).

La acción de la Iglesia debe abarcar todo el ámbito de la dignidad humana. La Asamblea de Pastoral abierta a todos del año 2016 deliberó y optó las “Prioridades Diocesanas”.

En este sexagésimo aniversario de la creación de nuestra diócesis, queremos hacernos cargo y poder abarcar todo el ámbito de la dignificación humana desde estas cuatro prioridades. Deseamos eucaristizarlas.

  1. Iglesia más abierta y cercana a todos

Estructuras, formas de acogida y comunicación en nuestras comunidades parroquiales, Movimientos, grupos que favorezcan la cercanía. Criterios comunes en lo que se pide en relación a Sacramentos. Continuar impulsando todos los gestos de ‘iglesia en salida.

  1. Iglesia solidaria y samaritana

Periferias existenciales: ancianos, enfermos, presos, adictos, víctimas de la violencia, personas con capacidades diferentes. Acompañar con hechos concretos éstos y otros sufrimientos o necesidades.

  1. Compromiso social desde la fe en los adolescentes y jóvenes

Mirada a la realidad con la sensibilidad de Jesús. Incentivar en los jóvenes la participación en campañas solidarias, anuncio y gestos de servicio en Comedores, Hogares, Hospitales.

  1. Misión permanentediocesana (REDd)

Conocimiento de la realidad del barrio o Parroquia para llevar la Palabra especialmente a los más alejados del templo parroquial o capilla. Grupos REDd (Reflexión evangélica domiciliaria diocesana).

Todo un programa de animación de la Palabra. Ya el libro del Deuteronomio nos advertía: No solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios, recordada por Jesús en las tentaciones del desierto y el libro de los Hechos nos relataba cómo, en la primeras comunidades, las discípulas/os partían el Pan de la Palabra por las casas.

Salida, anuncio eucaristizado para tantos que esperan la Buena Noticia del Evangelio y al que no acceden la mayoría  de los miembros de la Iglesia Católica.

Debemos entusiasmar, animar, difundir y comunicar mejor para lograr un mayor y superador voluntariado misionero.

Jesús, en esta fiesta de la Eucaristía, nos invita, nos anima, nos consuela para que Eucaristicemos la fuerza renovadora de su gracia desde el interior de nuestro corazón pues esperamos de su bondad: la transformación de nuestros apegos, la sanación de nuestras dolencias: físicas, síquicas o espirituales, y la liberación de nuestras ataduras.

Pidámoselo con fe hoy en la Eucaristía y luego cuando pase ante nosotros con la sencillez de nuestra amistad con el Señor, al contemplarlo frente a nosotros, digámosle: Jesús sé que me estás sanando. (y lo repetimos).

+ Mons. Jorge Lugones sj
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora

 



Corpus Christi (2016)

 

Querida comunidad diocesana:

Celebramos con gran alegría la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: el Misterio de la Fe, que ha querido quedarse con nosotros visiblemente bajo las especies de pan y vino para contemplarlo, adorarlo y refugiarnos en El.

La Eucaristía celebrada y prolongada en la adoración es el sacramento de la muerte y resurrección del Señor que asegura su eficacia y actualidad.

El Pan y el vino eran parte de la comida de fiesta para celebrar el estar juntos en un encuentro familiar o comunitario. Al presentar el sacerdote Melquisedec a Abram estas ofrendas con la bendición y  consumirlas juntos, pone de manifiesto una alianza sellada con una comida: que Dios mismo está en medio de su pueblo bendiciéndolo y acompañándolo como comunidad peregrina.

Este alimento es fuente de comunión como afirma San Pablo: ¿El pan que partimos no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo porque participamos de ese único pan”.

La comunión con Dios y con los hermanos nos compromete porque la comunión tiene consecuencias sociales. Comulgar con Jesús en la Eucaristía implica recibir una gracia santificante que refuerza mi amistad con Dios y con el prójimo, y por lo tanto exige ejercitar las obras de misericordia.

La bondad del pan, el hacerse pan para los demás como Jesús, que se parte y reparte para fortalecer y saciar a su pueblo, nos invita a ser sencillos, pobres, mansos, tiernos como el pan. A descubrir nuestra vocación de pueblo, como decimos los obispos, una participación que implica: “Exponerse, descubrirse, comunicarse, encontrarse… dejar circular la vida, la simpatía, la ternura y el calor humano”[1].

Confesamos nuestra fe en la Eucaristía sabiendo que Jesús da su Vida por todos y nos salva como pueblo, como dice Francisco: “Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social porque Dios en Cristo no redime solamente la persona individual sino también las relaciones sociales entre los hombres”[2].

Denles ustedes mismos de comer, Este mandato del Señor a los discípulos, debe interpelarnos a los que tenemos la oportunidad y el deber de ayudar al prójimo más necesitado. No solo debemos incluir sino integrar, como decimos los obispos: “La integración hace a la persona protagonista desde su propia dignidad e implica el derecho al trabajo, a la propiedad de la tierra y a un techo habitable. Esto está muy lejos de un protagonismo devastador, que impone sin ninguna ética su dominio absoluto”[3].

Ante la perplejidad de los discípulos que se excusan: no tenemos más que cinco panes y dos pescados… Jesús quiere que coman juntos: Háganlos sentar en grupos, porque allí está la fortaleza de la comunidad: cada vez que ponemos en común nuestros panes, con generosidad, dando lugar a otros, allí está el Señor bendiciéndonos para hacernos pan para los demás. 

La adoración eucarística debemos multiplicarla ya que es fuente  de gracia, condición esencial para la misión, no solo por nuestra prioridad diocesana, los jóvenes que nos están en la Iglesia, sino también para potenciar la misión en los “barrios verticales”, las torres de departamentos, a las cuales hemos empezado a llegar con la adoración de la eucaristía llevada por los ministros, y continuarla luego con la Red (Reflexión evangélica domiciliaria), el Evangelio del domingo en la casa.Y también en nuestras periferias desde la “opción eclesial por los más pobres”, no dudamos que muchos hermanos carentes de tantas cosas, al menos, no se quedaran sin que partamos y repartamos: el “Pan de la Buena Noticia de Jesús” como hacían los discípulos cuando “Enseñaban y anunciaban por las casas”, como narran los Hechos de los Apóstoles.

Jesús se quedó hecho pan para transformarnos en El. Para que lo hagamos presente en nuestra vida. Comulgar con Jesús implica salir al encuentro de los otros cristos como lo hizo el Señor un día con nosotros. Nos envía a poner la mano en el arado, pues Dios actúa con gran amor en nuestra historia a través de instrumentos humanos, pero si estos instrumentos se resisten a la apertura del encuentro, a la gratuidad del amor, entonces se cierran en la avaricia, en la comodidad, en el egoísmo, no se cumple la voluntad de Dios en nuestra tierra.

Les repito nuevamente lo dicho en una celebración como ésta:… que el encontrarnos cada domingo formando comunidad, nos recuerda la categoría irrenunciable de sentirnos pueblo de Dios.¡Por eso celebramos, por esto nos alegramos y lloramos juntos! Sabiendo que este Dios con nosotros, que conduce nuestra historia, ha querido que lo tocáramos con nuestras manos, lo contemplemos con nuestros ojos, nos demos el abrazo de la paz, y en la cercanía de cada hermano sintamos muy cerca de nuestro corazón, al Dios hecho hombre, que nos hace nuevamente hermanos en esta vida terrena y coherederos del cielo.

Nuestra Madre Santísima, en su advocación de Madre y Reina de la Paz, que estrechó el Cuerpo Resucitado de su Hijo, nos estreche y acerque cada vez más al Misterio Eucarístico, Misterio de  Fe,  Misterio del Amor,  un Amor personal y preferencial por cada uno de nosotros que nos ayude a vivir en comunidad la dimensión social de nuestra fe.

Mons. Jorge Lugones sj
Obispo de Lomas de Zamora

 

[1] El Bicentenario. Tiempo para el encuentro fraterno de los argentinos Nº23 CEA  2016

[2] EG 178

[3] El Bicentenario Nº 30

 


 

Corpus Christi (2015)

 

Querida comunidad diocesana:

Les propongo en este día en que el pueblo de Dios eleva su mirada a la Eucaristía, con una devoción especial y una piedad sincera, poner allí sobre esa hostia inmaculada los rostros de tantas hermanas y hermanos por los cuales pedimos en nuestro camino de creyentes, pero sobre todo los más despojados, maltratados o descartados de nuestra sociedad. No temamos usar la imaginación, imaginar esos rostros para rezar frente a Jesús sacramentado, debemos hacer memoria ante este Memorial de los más olvidados, de los que ya no cuentan o no sienten ya la cercanía de su prójimo. Hagamos memoria desde una mirada católica, universal, de tantos semblantes desconocidos para nosotros, pero no para el Corazón de Jesús, que aunque no conozcamos personalmente, sí los reconocemos martirizados hoy, no sólo los que pierden la vida por la fe, sino también los que en el martirio cotidiano van arrastrando sus vidas en un abismo oscuro, sin fe.

Mirar la Eucaristía y contemplar que allí late también el Corazón de Cristo, un corazón cargado de esperanza, paciente y de gran misericordia, que Él nos enseñe a perdonarnos, a disimular las ofensas, a enseñarnos la paciencia y la tolerancia familiar y social. Él es capaz de sanar las heridas del corazón que supuran más que las heridas del cuerpo.

Con cuánta confianza debemos ir a este manantial de la misericordia para ofrecer y rezar por la familia, por la convivencia familiar, por la paz en la familia, por el respeto, valorando esta célula necesaria de la sociedad, que parece hoy más golpeada por la desunión y la falta de tolerancia.

Contemplar el Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramentonos invita a dejar el individualismo de lado, para apostar al bien común, nos centra nuevamente en el Amor, un Amor que nuestro Padre Dios quiso regalarnos en su Hijo dilecto, como sacrificio por todos, como Alianza Eterna. Adorar la Eucaristía nos anima y nos inspira desde el soplo interior del Espíritu Santo, el deseo de ser “Artesanos del encuentro” y “Constructores de la paz”.

Tomen esto es mi cuerpo entregado…  esta es mi sangre derramada por muchos… Para Jesús es el momento de la verdad, se juega y se entrega totalmente para la redención del mundo. Da la vida pensando en el sufrimiento de los esclavizados por el mal, da la vida para liberar, da la vida para sanar de todo sufrimiento estéril, pues unido a la cruz del Resucitado todo dolor se alivia, todo sufrimiento se soporta, la comunidad se hace solidaria, la convivencia familiar se hace posible y duradera, todo encadenado al mal es desatado.

Leíamos en el libro del Éxodo: Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor, madrugó y levantó un altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación de las doce tribus de Israel. Después designó a un grupo de jóvenes israelitas y ellos ofrecieron sacrificios...

Entendamos que la lectura de los términos de la Alianza, la erección de un altar de doce piedras y el ofrecimiento de sacrificios de comunión, equivale a decir que todo el pueblo participa del rito de la comida y la aspersión con la sangre: signo de la Alianza, que por ser Dios el contrayente, es una alianza que le da carácter de exclusividad…[1]

No es casual que Moisés designe un grupo de jóvenes para ofrecer la sangre, en sacrificio, pues estos muchachos representaban el futuro que se hacía cargo de la alianza, lo ofrecían por todo el pueblo.

¡Jóvenes necesitamos corazones generosos!, necesitamos plantearnos hoy frente al Señor, cómo lo seguiré más de cerca, reconocemos muchas actitudes de solidaridad y servicio de nuestros chicos y chicas, incluso en el esfuerzo de hacernos cargo de la costosa, pero necesaria prioridad diocesana: salir hacia los que no están aquí… rezamos y nos estamos ocupando.

Me gustaría que los jóvenes que hoy están acá se preguntaran, si ellos también no son llamados a ofrecer el sacrificio, la alianza con Dios para siempre, como lo hacen también las consagradas y consagrados, alianza de amor en las buenas y en las malas, alianza significa: constancia, fidelidad, aguante, ofrenda, fraternidad, entrega...

Rezábamos con el Salmo: Levantaré el cáliz de la salvación[2]

Si no fuera por los sacerdotes, no tendríamos Eucaristía, levantar el cáliz de la salvación, significa la entrega de Cristo por la salvación de todos. Se nos entrega el Cuerpo y la Sangre de Jesús que abraza la humanidad.

Nos volvemos a preguntar, en un futuro no tan lejano: ¿Quién podrá levantar el cáliz de la salvación, si no tenemos jóvenes que se jueguen por Cristo? ¿Nos preocupa como comunidad, la escasa proporción de sacerdotes y seminaristas que tenemos, en relación con, el más de un millón y medio de bautizados en la diócesis, para prolongar, perpetuar y ofrecer al Pueblo de Dios, este Misterio de la fe?

Decía el Salmo: Cumpliré mis votos al Señor en presencia de todo el pueblo…

Hoy delante de mi pueblo, no puedo dejar pasar de largo este desafío: Cristo me llama, no puedo encerrarme en querer guardar mi vida sólo para mí, no puedo acapararla sólo para mi interés, Dios me dio la vida. ¿Ofrezco mi vida a Dios, quiero pasar por esta vida haciendo el bien, desde el lugar del llamado que Jesús me haga? Y si me llama a darlo todo, debo saber que como ser humano tendré temores, dudas, inquietudes, pero sepan que no nos va a faltar su luz para discernir el camino, y si él llama a dar la vida por entero, dará la gracia para entregarla hasta el final.

La carta a los hebreos nos dice que: Cristo es mediador de la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, a fin de que habiendo muerto por la redención de los pecados… los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida [3].

Nos toca a nosotros, sacerdotes herederos de esta mediación de Cristo, que rezamos por las vocaciones con nuestras comunidades, ser más explícitos en la propuesta, sin ambages, sin rodeos; hablemos y propongamos la vocación sacerdotal y religiosa, como diría el apóstol, a tiempo y a destiempo… sigamos siendo mediadores confiados de la Nueva Alianza.

Finalmente, les comparto que hay gente que ya no viene a misa, o como dicen, no sienten la misa. ¿No será que nos hemos hecho un poco dueños del misterio de Dios? ¿O que ya no necesitamos ser fortalecidos por la Palabra y la Eucaristía? ¿O creemos que la misa es una opción más en la cartelera de la vidriera social, una opción y no un compromiso personal, con Cristo y la comunidad?

La misa es celebración, celebración para los que nos sentimos necesitados de Cristo y de la mediación de sus hermanos, que nos encuentra cada domingo formando comunidad, y nos recuerda la categoría irrenunciable de sentirnos pueblo de Dios.

¡Por eso celebramos, por esto nos alegramos y lloramos juntos!Sabiendo que este Dios con nosotros, que conduce nuestra historia, ha querido que lo tocáramos con nuestras manos, lo contemplemos con nuestros ojos, nos demos el abrazo de la paz, y en la cercanía de cada hermano sintamos muy cerca de nuestro corazón, al Dios hecho hombre, que nos hace nuevamente hermanos en esta vida terrena y coherederos del cielo.

Que la Virgen Madre y Reina de la Paz, proteja nuestras familias, comunidades y “nos ponga con su Hijo”, que siempre nos espera en el Sagrario.

 

Mons. Jorge Lugones sj.
Obispo de Lomas de Zamora

 

[1]Ex 24 con nota de la Biblia de nuestro pueblo (A Schokel)

[2]Sal 115

[3]Hb 9. 14-15

 


 

Corpus Christi (2014)

 

Querida comunidad diocesana:

Celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús, el pan partido y entregado que da la vida por todos.

La Eucaristía celebrada y prolongada en la adoración es el sacramento de la muerte y resurrección del Señor, que asegura su eficacia y actualidad. La felicidad es vivir comprometido con el amor. La Eucaristía nos une a Dios y nos compromete con el prójimo.

Destaco tres operaciones que produce en el creyente el pan eucarístico.

La acción transformante de la Eucaristía
La conversión a Cristo y su Iglesia es una gracia de Dios y una tarea del hombre, no es una cuestión de un cambio rápido, lo cual seguirá demorando nuestra entrega. Pensamos en la conversión como un cambio de raíz en nuestra vida, pero de a poco, cada día podemos transformar algo para el bien, contando con la gracia de Dios. Creo que lo posible es la transformación, transformar algo en mi carácter, en mi manera de pensar, en mi actitud, en mi deseo. Así comienza la verdadera conversión cuando hay una actitud de entrega al Señor, de un modo especial de entrega a Jesús Eucaristía, sea, cuando lo recibimos sacramentalmente o en la adoración eucarística, en la comunión espiritual, en la visita al santísimo.

Junto a esta entrega de nuestra vida al Señor, podemos ir realizando pequeños actos para transformar nuestra vida cristiana como decía S. Juan XXIII ¨Solo por hoy¨. Delante de Jesús Eucaristía comprometerme a: ¨Solo por hoy voy a callar, solo por hoy no voy a renegar, solo por hoy voy a sonreír, sólo por hoy voy tener una obra de misericordia… proponiéndole con su gracia, transformar algo en mi día.

La Eucaristía es capaz de rehacer vínculos de fraternidad destruidos, transformar los corazones más duros e inclinarlos a la reconciliación y al perdón.

Puede transformar las mentes más cerradas y los criterios más endurecidos, dando la luz y la apertura necesarias para la cercanía, la apertura, el dialogo, el encuentro, pidamos a Jesús sacramentado ser “artesanos del encuentro”.

Puede realizar la verdadera comunión en las familias y en nuestro pueblo hambriento de esperanza.

La transformación que va produciendo la Eucaristía es también fortaleza para la lucha de cada día, en primer lugar en nosotros mismos y también en nuestro intento de educarnos para la paz y llegar a ser “constructores de la paz”.

Cada día podemos ofrecer a Jesús Eucaristía nuestra propia vida, nuestros  buenos deseos, lo que tenemos que enfrentar o afrontar ese día, sabiendo que su presencia es activa en mí, que va a realizar en mis palabras, en mis gestos en mis actitudes algo nuevo y distinto. El poder de la Eucaristía puede ir poco a poco corrigiendo defectos, atenuando el carácter, perdonando pecados, venciendo malos hábitos o afecciones desordenadas, ayudando a vivir la presencia del Señor en nuestras relaciones familiares, vecinales, en nuestros deberes ciudadanos y en nuestro compromiso eclesial.

La acción sanadora de la Eucaristía
Confesamos que bajo las especies del pan y del vino se encuentra Jesús en Cuerpo, Sangre, alma y divinidad, Cristo Hijo de Dios que tomó nuestra carne humana, y en la que en la figura del Buen Pastor, cura a la oveja enferma y reúne a las dispersas[1], Jesus pasó haciendo el bien y curando las dolencias de su pueblo[2]. El tomó sobre sí nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades[3].

Jesús quiso quedarse en este sacramento para las personas, para que lo podamos ver, tocar, adorar, recibir, contemplar. El efecto de acercarse a la bondad del Señor presente en la comunión es acercarnos cada vez más a la intimidad de Dios. En el corazón eucarístico de Jesús está la puerta de entrada para percibir la majestuosidad, la generosidad y la magnanimidad de su Amor por nosotros. Quien dude haga la prueba, comience a entregar todos sus pesares a este corazón abierto, pídale en el silencio de la adoración entrar por esta sencilla, humilde y deslumbrante belleza del cordero-pastor inmolado.

La Eucaristía es remedio del alma y del cuerpo, cada vez que recibimos al Señor hacemos un acto de fe y le pedimos que sane nuestras dolencias: físicas, síquicas y espirituales. Un remedio se toma con cuidado, si lo hago fuera de horario o con el estómago lleno o con cualquier otra contraindicación que tenga, el efecto no será el deseado. La comunión que se recibe con generosa disposición del alma, frecuentemente, en estado de gracia, con verdadera fe, es capaz de producir en nuestra vida una satisfacción capaz de curar cualquier enfermedad, cualquier dolencia, cualquier herida, cualquier postración, pues es medicinal, saludable, beneficiosa, terapéutica.

La acción liberadora de la Eucaristía
La liberación que produce el sacramento está en relación del mal del cual libera, es decir, las ataduras del demonio. El maligno despliega su poder de seducción de atracción potenciando el individualismo, el egoísmo, la evasión, la indiferencia. No olvidemos que sin querer ver al diablo en toda manifestación rara, pues hoy a través de las películas se ha creado una imaginería bastante distorsionada del astuto enemigo del hombre; la incitación y la atracción del maligno con placeres, promesas y fantasías engañosas, nos atacan por medio de las tentaciones, con las que todos luchamos, pero a veces de manera particular alteran a muchas personas. La astucia del enemigo es atar y dividir, por el contrario, la Eucaristía desata, libera y por ser comunión, une, ayuda a la unidad, a la reconciliación: “Para que el amor venza al odio, la venganza deje paso a la indulgencia  y la discordia se convierta en amor mutuo, los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la concordia”[4].

Confesamos nuestra fe en la Eucaristía sabiendo que Jesús da su Vida por todos y nos salva como pueblo, como dice Francisco: “Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social porque Dios en Cristo no redime solamente la persona individual sino también las relaciones sociales entre los hombres”[5].

La adoración eucarística debemos multiplicarla ya que es fuente de gracia, condición esencial para la misión, no solo por nuestra prioridad diocesana, los jóvenes que nos están en la Iglesia, sino también para potenciar la misión en los “barrios verticales”, las torres de departamentos, a las cuales hemos empezado a llegar con la adoración de la eucaristía llevada por los ministros.

Por lo tanto, nuestra entrega a Jesús en la Eucaristía, pan partido y entregado para la salvación de todos, genera el beneficio, entre otros, de la transformación, crecimiento espiritual en orden a la conversión, la sanación como recuperación de la armonía perdida y la liberación del espíritu del mal y nos lanza a la misión.

Que la Ssma. Virgen María, que estrechó el cuerpo resucitado de su Hijo, nos estreche y acerque cada vez más al misterio eucarístico del amor, y nos ayude a vivir en la dimensión social de la fe.

 

Jorge R. Lugones sj
Obispo de Lomas de Zamora

[1]Ez. 34,16

[2]Mt 14,14; Lc 9,11

[3]Is 53,4; Mt 8,17

[4]Plegaria Reconciliación II

[5]EG 178

 


 

Corpus Christi (2013)

 

¡Alabado sea Jesucristo!

En el Año de la Fe hemos venido a adorar y a compartir el misterio de la fe: Jesús resucitado, misterio pascual, que se quiso quedar en la Eucaristía, en la sencillez de la bondad del pan para darse a los demás, en su sangre derramada por muchos para el perdón de los pecados. El pueblo de Dios cree en la Eucaristía, la adora y la custodia acompañándola en este caminar con El, orando con El a través del canto, de la alabanza, de la súplica confiada, del ofrecimiento, de la alegría de compartir la Fe.

Por eso afirmamos que cuando la comunidad celebra la Eucaristía, comparte su fe, esta fe que es un creer que el Señor nos puede transformar en verdaderos hermanos, por los cuales transite esta corriente de vida nueva, porque este creer, nos consuela, nos anima, nos tiene que llevar a obrar el amor, sino no sería auténtico nuestro creer.

  Hemos escuchado el Evangelio de San Lucas sobre la multiplicación de los panes. Los versículos anteriores a este pasaje nos muestran la perplejidad de Herodes ante los signos de Jesús. “El lugar donde se reconoce a Jesús no es la curiosidad de Herodes, que lo quiere controlar y tener en su mano, sino la fragancia del pan y el asombro estupefacto del discípulo que lo saborea… El partir el pan es una revelación objetiva de su amor hacia mí: lo re-cuerdo, lo llevo a mi corazón, al centro de mi persona y me dejo interpelar por él tratando de responder. La fe es este diálogo que se hace vida común, su amor que se hace pan y mi alimento[1]”.

Este relato nos muestra un Jesús atento a las necesidades de su pueblo, porque la voluntad de Dios es que todos puedan partir su pan con dignidad y que es posible que alcance para todos. Porque cuando el pan se acumula en pocas manos, cuando nos encerramos en la ambición y la comodidad, cuando nos dejamos encerrar por el egoísmo, o la actitud soberbia de “salvarme yo solo”, el afán de amarrocar, o el mero hecho de no importarme que otro prójimo pase necesidad, entonces no parece cumplirse la voluntad de Dios en nuestra tierra.

Ante el escándalo de la pobreza y la exclusión social, cuando hay notorias indiferencias sociales, no se trata sólo de una política deficiente o de un problema económico, se trata también de una falta de capacidad para amar, es un problema de amor que me cierra a la magnífica ocasión de compartir y hacer que otros tengan una vida más digna y más justa.

San Pablo llama la atención a los cristianos griegos que nutrían la Iglesia de Corinto, y formaban comunidad con hermanos venidos de otros lugares, que si bien son diversos, sin embargo forman un solo cuerpo. Les advierte sobre las idolatrías de turno, que alejan del compromiso con la comunidad. Hoy en día también nos sentimos atrapados por las nuevas-viejas idolatrías: del individualismo, de la imagen autorreferencial, de la tecnología, que nos quitan tiempo en familia, tiempo para compartir nuestra vida, tiempo para la oración y adoración eucarística, tiempo y espacio para la evangelización, tiempo para la vida en comunidad.

Cuando el pan se comparte y se reparte se convierte en una forma de encuentro que es lo que realizó Jesús. En ese encuentro nos ponemos a tiro del amor de Dios, que es capaz de sacar lo mejor de nosotros y dejarnos usar por la fuerza de su bondad. Cuando le ofrecemos lo poco que tenemos hay pan para todos y sobra.  

Además estos panes son símbolo de la Eucaristía, el pan espiritual del que hablará Jesús más adelante. Y la Eucaristía es el sacramento del amor fraterno que nos hace vivir la verdadera comunión, nos va despojando de los personalismos, para hacernos servidores de todos porque es el sacramento de la unidad y la generosidad.

Realmente: ¿Queremos formar juntos una Iglesia abierta solidaria y misionera? O nos conformamos con repetir un lema. La Eucaristía es capaz de ir abriéndonos a la solidaridad y a la misión, pero tengamos presente que no es suficiente comulgar, es necesario hacer la comunión con los hermanos, dejarnos transformar en obreros del encuentro, de la paz, de una misión vincular creíble y del servicio magnánimo. La verdadera comunión con Cristo se plasma en la caridad y me lleva a ser dócil a las inspiraciones del Espíritu para obrar el amor.

También la gratuidad de la Eucaristía tiene un poder transformante, sanante y liberador.

Transformante: porque puede realizar este cambio en los corazones, es capaz de transformar la actitud más rígida. Sanante: es capaz de sanar el corazón más herido o la actitud más egoísta, y Liberador: puede desatar y liberar de cualquier opresión del mal o mundanidad del demonio.

La fiesta del Corpus es la fiesta de la comunión que se visibiliza en comunidad. Una comunidad peregrina que muestra la alegría que trae Jesucristo Resucitado, una comunidad que sale a caminar  mostrando a todos su tesoro más valioso: Jesucristo, quien hoy pide a los jóvenes que le pongan el hombro a Cristo, que no se borren ante el difícil desafío de la prioridad diocesana. Hoy Jesús Eucaristía se deja cargar en andas como un sagrario peregrino por los adolescentes y jóvenes  que caminando hacia la Catedral nos invitan a vivir la misión vincular como Iglesia diocesana, ellos quieren mostrar sin ningún tipo de vergüenza que están con Cristo, que viven con Cristo y que quieren ser totalmente de Cristo.

Vemos que en nuestras procesiones nuestros sacerdotes y ministros ya no se encolumnan detrás del santo o en este caso de la custodia, sino que se hacen caminantes de la vida, caminantes de la vida de los hombres y sus circunstancias; van por las veredas, por las casas, por los comercios, siendo ellos las manos de este Cristo encerrado en la custodia que quiere bendecir y tocar, acercar y abrazar, ellos son los ojos del Señor de la alegría, son la cercanía que vence las distancias y los prejuicios, son la ternura de Dios a través de los pequeños gestos con gran amor, son la misericordia del corazón de Cristo ofrecido en el sacramento de la reconciliación, percibimos entonces este río de gracia que va tejiendo la trama entre la Eucaristía y la vida.

Nos encomendamos a Maria Madre y Reina de la Paz en quien el misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro como misterio de amor, para que nos invite siempre a la mesa de su Hijo, para “hacer lo que Él nos diga”. Mirando a nuestra Madre conocemos la fuerza transformadora de la Eucaristía, porque en ella vemos al mundo renovado por el amor, amor crucificado y resucitado. Ella está presente como Madre de la Iglesia en todas nuestras celebraciones eucarísticas, nos invita a hacer de nuestras vidas,  un Magnificat, un canto nuevo, desde el misterio de Cristo hecho pan.-

 

Mons. Jorge Lugones SJ
Obispo de Lomas de Zamora

 

[1] Fausti S, Una comunidad lee el Evangelio de Lucas.Ed. San Pablo

 


 

Corpus Christi (2012)

“La Eucaristía, Sacramento del Amor”

 

¡Alabado sea Jesucristo!

            Celebramos una Solemnidad, que no deja de ser solemne y a la vez es celebrativa, con su clima de fiesta, de alegría cristiana porque Jesús resucitado se ha querido quedar entre nosotros en el sacramento del amor, en la eucaristía.

            La alegría y el regocijo expresada en la alabanza,  la música y el canto expresan que Jesús vive, que Jesucristo vive en medio de nosotros y sale con nosotros para que aquellos que miran asombrados, que se paran para ver este acontecimiento, sublime, distinto de otras manifestaciones de fe, porque el Pueblo de Dios demuestra públicamente la algarabía del gozo y reza y adora ante la solemnidad del misterio tremendo y fascinante, que contagia alegría y devoción, jolgorio y silencio obsequioso.

            La eucaristía sacramento de amor, no es un amor pasivo-estático, sino dinámico-creativo que se ofrece siempre a cada uno con un amor renovado y desbordante, profundo y permanente. Amor que como el pan se rompe continuamente por nosotros y para nosotros.

            La eucaristía es calidez de comunión, ternura generosa, sobreabundante, que invita a vencer el hielo del egoísmo, la frialdad de la indiferencia y la escarcha de la división.

            Decía S. Juan Crisóstomo, uno de los Padres de la Iglesia: Mientras Dios desea por todos los medios mantenernos unidos pacíficamente, nosotros tenemos la mirada puesta en la mutua separación, en la usurpación de los bienes materiales, en pronunciar estas palabras glaciales (heladas): mío y tuyo. Desde ese momento empieza la lucha, desde ese instante la bajeza (PG.62,563).

            Hemos cambiado el nosotros comunional por el, mío y tuyo, de aquí la inequidad (desigualdad) social que nos paraliza, como el frío invernal. Cuando los intereses de sector, los intereses particulares, los hoy llamados derechos de las minorías, nos manipulan, quiere decir que no hemos entendido la finalidad del Bien Común: que es el bien, que hace posible a los grupos a sus miembros el logro de la propia perfección, sin olvidar el bien universal de la familia humana (Compendio CATIC 407-408).

            La eucaristía sacramento del amor, encierra en sí misma el germen vital de la resurrección y de la vida, capaz de transformar  el corazón humano, de trasfigurar la fisonomía social y hacer nuevas aún todas las cosas. Capaz de recrear la comunión fraterna, de generar la conversión personal y la transformación social.

            Para nosotros los católicos sentarnos a la mesa del Señor significa estar  abiertos a la entrega, como Jesús pan que se rompe para el bien de su pueblo, cáliz de la nueva alianza que se derrama por nosotros y por muchos para el perdón de los pecados.

            Pero antes de sentarnos a la mesa el discípulo tiene que disponerse a la gracia de Dios, aceptar esta gratuidad del don, como antes de sentarnos a la mesa de los hombres, para compartir el pan cotidiano, damos gracias, rezamos, del mismo modo antes de comer el pan consagrado el discípulo ha de estar dispuesto  a lavar los pies, a abrir sus manos y sus brazos  y a romperse, para que nadie quede excluido de la mesa del amor de Dios, que se hizo pan partido y entregado para todos.

Sentarnos a la mesa implica por lo tanto, rompernos también nosotros  por aquellos a los cuales Cristo nos mando invitar a su mesa: los sufrientes, los faltos de esperanza y de consuelo, los que nada creen, los que nada esperan, los que están más cerca, los que están mas lejos, aún los del “patio de los gentiles” que se nos acercan a debatir desde sus búsquedas, posturas e interrogantes, hasta los de la “Galilea de los gentiles”, que son los que debemos salir a buscar, incluye la prioridad diocesana: los adolescentes y jóvenes que no vienen a nuestras comunidades.

            Para nosotros sentarnos a la mesa del Señor, alimento de vida nos anima a compartir una cultura de la vida en abundancia que denuncia la cultura de muerte, como señalaba esta semana el documento de la pastoral de la drogadependencia: “Un joven pobre que se droga no se está divirtiendo, no hace fiesta, ni se dedica a un uso recreativo, huye hacia adelante para llegar más rápido al día de su muerte”.

            Ante esta enfermedad social Jesús eucaristía es médico y medicina el ha venido a sanar las heridas, males y sufrimientos del alma y del cuerpo, su Espíritu curativo y liberador se nos quedó en este pan bendito, roto por nosotros y para nosotros, entregando su vida y su gracia nos confirma en la fe, nos confía la esperanza y nos recrea en el amor.

            Todo enfermo del alma o del cuerpo frente al mal que lo consume debe entregarse a Dios en la fe, en la fe de él o de los que piden por él, como el paralítico llevado en camilla por sus parientes o amigos, y Jesús como tantas veces en el evangelio pondrá las vendas del consuelo, el vino que levanta el ánimo, la caricia del alivio, el milagro de la conversión y el aceite de la espera confiada.

            Hoy Jesús eucaristía como todos los años sale con nosotros a peregrinar por las calles del pueblo, junto al pueblo, sale con nosotros y mediante nuestras manos va a bendecir, mediante nuestra palabra a consolar, mediante nuestro gesto fraterno a fortalecer el encuentro, porque todo hombre o mujer de buena voluntad que quiera reconocerlo en la sencillez y cercanía del sacramento, ya lo ha recibido por el buen deseo en su corazón.

            Jesús eucaristía se deja llevar por su pueblo, hoy se deja acunar por los jóvenes que transportarán la custodia, ellos no serán los mismos después de esta procesión, el Señor les habrá regalado la misión amorosa de cargar a otros cristos, a otros jóvenes que están necesitados de cercanía, contención y anuncio de vida.

            Que nuestra Madre y Reina de la Paz vuelva a  nosotros esos sus ojos misericordiosos y nos siga mostrando a Jesús fruto bendito de su vientre, ahora y en la hora de la prueba, del  dolor o de la muerte, porque junto a Él no habrá más llanto, sufrimiento, ni lagrimas; sino gozo y consuelo en la suavidad del Espíritu.

¡Alabado sea Jesucristo!      

Mons. Jorge R.  Lugones sj
Obispo de la diócesis de Lomas de Zamora

  


 

Corpus Christi (2011)

 

¡Alabado sea Jesucristo!

Hoy celebramos, nos alegramos, damos gracias, aclamamos a Jesús que se queda con nosotros en la eucaristía, y nos acompañará por nuestras calles, para bendecir y recrear la fe de su pueblo, y siendo signo visible que transfigura, le pedimos que nos una y reúna en la comunión, para servir a los hermanos.

La Eucaristía cotidiana engendra un espacio sagrado que permite a hombres de toda raza y cultura el misterio de un encuentro temporal y eterno a la vez; nos permite caer en la cuenta de que no hacemos solos este viaje de la vida, ¡caminamos en comunidad!; al volver nuestros rostros en nuestras celebraciones nos descubrimos hermanos, cada uno con una historia distinta de sufrimiento y entrega, de cruz y de esperanza. Descubrimos que nuestra vida está ligada a cada mujer y a cada hombre no por un sentimentalismo pasajero, sino por un amoroso designio del Señor, que nos pone en comunión de vida con El y con el Padre.

El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo

Los términos  “carne, carne y sangre” reemplazan la comparación del pan: “comer, masticar y beber” sustituyen al verbo creer. Creer en Jesús pan vivo, es comer y masticar su carne, beber su sangre[1].

Por eso afirmamos que cuando la comunidad celebra la Eucaristía, comparte su fe, esta fe que es un creer que el Señor nos puede transformar en verdaderos hermanos, por los cuales transite esta corriente de vida nueva, porque este creer, nos consuela, nos anima, nos tiene que llevar a obrar el amor, sino no sería auténtico nuestro creer.

San Lucas prefiere la expresión “mi cuerpo”. En la última cena Jesús dice “mi cuerpo es entregado por ustedes”, Juan prefiere el término: “carne” a “cuerpo”, “si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre no tendrán vida en ustedes”, tenemos que comer su carne. De la misma manera que los israelitas comieron la carne del cordero, para transitar el camino del éxodo, aquí se nos pide comer también la carne de Cristo cordero inmolado de quien proviene la salvación. Comer la carne de este cordero es también para nosotros, como lo fue para los hebreos, salir de la esclavitud, y acompañar al prójimo a salir de sus esclavitudes.

La sangre en la Biblia significa la vida, y  la vida pertenece a Dios, el niño en el seno materno por el cordón umbilical recibe la sangre, el alimento de su madre, es un acto de comunión entre quien da el alimento y el que lo recibe. Entre quien sustenta la vida, y quien va siendo tejido en el vientre de su madre, como dice el salmo: tu creaste mis entrañas, me formaste en el seno de mi madre [2]. No nos pertenece la vida del niño en el seno materno, pertenece a Dios. Es este el primero de los derechos humanos, el derecho a la vida. Y con esto no estamos recargando la conciencia de nadie, estamos formando la conciencia de los que en el futuro deban legislar a favor de la vida y de muchos de ustedes que: acompañen y se  comprometan con mayor entrega, desde la cercanía, el consejo, la contención y la ayuda concreta de muchas de nuestras adolescentes, que a veces por miedo, por ignorancia, o por el permisivismo de la contracultura que nos rodea y el entorno que las margina, se sumergen en  la esclavitud de un dolor duradero.

La carne y la sangre expresan la vida y refieren a la humanidad completa del hombre. El comer no solo mantiene la  vida del ser humano, sino que se convierte en un acto de comunes, cuando varios comparten ese pan, y tienden a formar entonces comunidad.

Pero se nos hace duro este lenguaje de comer, de masticar, de triturar el cuerpo del Señor. Como al grano de trigo se lo tritura, para extraer todo su nutriente. Comer al Hijo del hombre, triturar la eucaristía, significa asimilar al Hijo de Dios, para que como en la cruz al ser triturado nos deje su cuerpo y su sangre,  nos entregue todo su nutriente de gracia y santidad, porque comer es adherir a El, creer en El y amarlo, hacernos nosotros también hijos de Dios.

La sangre del cordero inmolado en la cruz, que expirando nos entregó el Espíritu, como dice el evangelio, es este significado profundo de beber su sangre, asimilar la vida de Dios con nosotros, en nosotros, y quedarnos embriagados por el Santo Espíritu de Dios, que fortalece nuestra fe, para creer en él, que es la vida verdadera.

Reconocemos al Señor en los rostros de los que sufren, especialmente de los pobres, olvidados, débiles y excluidos. Ya que por su encarnación Cristo se ha unido solidariamente con todo hombre. El rostro doliente de Cristo y el corazón abierto del salvador nos devuelve la costosa esperanza., que en su debilidad de crucificado manifiesta el poder del amor, pues la misericordia se hace fuerte en la debilidad y es simiente de una vida que se complace más en el dar que en el recibir.

Mañana se realiza la Jornada internacional contra el uso indebido y el tráfico de drogas. Este tema también atenta contra la vida de nuestros niños adolescentes y jóvenes, la edad del inicio del consumo ¡ahora es de los ocho años!, y el ochenta por ciento de los adolescentes y jóvenes hospitalizados los fines de semana están drogados o alcoholizados. En mi visita a nuestras escuelas y colegios, pregunto a las chicas y los chicos sobre el tema, todos saben quién vende, dónde, de qué calidad y a que precio. Estamos cayendo en el acostumbramiento de ver que este veneno daña y mata, y estamos viendo más “tolerancia social al consumo, pero no a los adictos”. Nos faltan brazos para abrazarlos y ayudarlos. Se legisla para consumir, pero no se legisla para desterrar el narcotráfico. Nos están destruyendo las familias y se está empeñando el futuro de nuestros adolescentes y jóvenes más vulnerables.

Los adultos no podemos mirar para otro lado, se nos pide implicarnos, ocuparnos del cristo maniatado y esclavizado en una sociedad que excluye, del cristo agresivo en su debilidad, del cristo que ha quedado como sobrante, pues hoy no tiene lugar, ni sueños, ni horizonte donde mirar para seguir durando…  el gesto del que da algo con amor: su tiempo, su oración su cercanía su apoyo, su capacidad, en realidad, no da sólo algo, se está dando a sí mismo, puesto que todo don implica el don de si. Entra en el misterio de entrega, de donación, que es la encarnación de Dios con nosotros y entre nosotros.

En el don del cuerpo y la sangre de Cristo, haciendo visible al Dios invisible que es todo amor, se nos da una presencia real ante nuestros ojos., que es capaz de darnos vida eterna. Lo cual no implica que nos libre de la lucha cotidiana y de la muerte temporal, que hará posible la consumación, sino que se nos promete como donación la Resurrección y la vida en abundancia para todos.

¡Alabado sea Jesucristo!

Mons.  Jorge Lugones sj
Obispo de Lomas de Zamora
25 de junio de 2011.

[1] Fausti S. Una comunidad lee el Evangelio de Juan San Pablo

[2] Sal 139,13

 


 

Corpus Christi (2010)

“Misterio que fortalece y atraviesa en su amor los corazones”

 

Jesús en la Eucaristía, no sólo está presente realmente, sino que está presente como cuerpo partido y sangre derramada. En este sentido, la fiesta del Corpus Christi es la fiesta de un  cuerpo que puede mostrar las heridas, la fiesta de un cuerpo que ha quedado exánime en la cruz y que de cuyo costado dormido nacen los sacramentos de la Iglesia.

     El costado de Cristo atravesado es llevado en medio del pueblo de Dios en estos divinos misterios, que atraviesan no solo nuestras calles y nuestras plazas, sino los corazones; el amor de Jesús Eucaristía atraviesa los corazones: que se dejan traspasar, en la distintas situaciones de sufrimiento, enfermedad, postración, marginación y exclusión porque Él ha querido redimir al género humano.

      Nos alegramos y regocijamos en la fiesta del Corpus pues esta presencia real de la Eucaristía nos atrae hacia la unidad, nos hace sentir más hermanos. Al atravesar nuestros barrios, el amor de Cristo Eucaristía nos expresa también la cercanía de la Iglesia, una Iglesia misionera, que porque se siente discípula no se adueña del misterio del amor, sino que lo comparte y es capaz de acompañarlo por las distintas situaciones, muchas de ellas de extrema soledad y miseria, que viven nuestros barrios, nuestras familias… Como peregrinos en medio de nuestro pueblo nos emocionamos ante los que lo admiran con asombro, y aunque sin entender demasiado, con su respeto obsequioso también adoran al Señor del Amor.

Este es el Misterio de la Fe
El apóstol Pablo nos dice que la fe entra por el oído, y predica y transmite a su vez a los Corintios las palabras de la última cena: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”, verdaderamente es el misterio de fe, como expresamos en la liturgia eucarística justo después de la consagración: “este es el misterio de la fe”. Es un misterio magnífico. No tanto en el sentido de que no se entiende con la inteligencia por ser una realidad misteriosa, sino porque se trata de un signo extraordinario del amor de Dios. Es el misterio de una continua y muy particular presencia.

El partir el pan es una revelación objetiva de su amor hacia mí, un re-cuerdo, lo llevo en mi corazón, al centro de mi persona y me dejo interpelar tratando de responder. La fe es este diálogo que se hace vida común, su amor que se hace mi pan y mi alimento[1].

Denles ustedes de comer
San Lucas nos presenta a los discípulos que, ya en el libro de los Hechos de los Apóstoles[2] dedicados al servicio de las mesas, ahora que el sol declina, se dirigen a Jesús para que despida a la gente. En ves de acompañar, contener, desde esta gozosa realidad del encuentro, prefieren despedir, no comprometerse, no quieren asumir el riesgo. Ellos no saben que Dios además de entregarnos su palabra, nos quería también dejar el pan de vida, su propio cuerpo.

     En boca de Jesús escuchamos el mismo imperativo de Dios al profeta Eliseo[3]: Denles ustedes de comer, los apóstoles tienen buena voluntad, pero hacen cálculos que nunca podrán cerrarles, porque los comensales son muchos y lo que hay es tan poco.  De esto saben muchas abuelas y madres cuando deben confiarse a la providencia de Dios, porque lo que hay en casa no alcanza para todos; ¿con qué daremos de comer la próxima semana?, se preguntan las mujeres que atienden los comedores de niños o ancianos, cuando la partida no llega, y entonces, resurge la fe y la confianza en la providencia, que es una gracia de nuestro pueblo, que pese a las dificultades no deja de ser solidario.

Lo poco en las manos de Jesús alcanza y sobra, los cinco mil formando una masa de gente, ahora son agrupados, ordenados de a cien o de a cincuenta, pueden verse la cara, se reconocen; es que por la palabra de Dios lo que esta desbordado y desordenado, se transforma en momento de comunión, lo no reconocido adquiere identidad, momento de fraternidad, de entrega y de fe, donde hay lugar para que todos puedan compartir.

     Lo comen recostados, dice el evangelista; nos recuerda el descanso que uno encuentra en Dios. El pueblo elegido comió el pan y el cordero de pie, debían andar, ahora nosotros compartimos la fiesta de la comunidad, serenamente, sin apuros. Es nuestro verdadero descanso de la semana, cercanos los unos de los otros, recostados en la oración y la fe de la Iglesia, recostados en el  misterio desde esta paz que nos trae la Eucaristía, que nos permite reunirnos en asamblea litúrgica para celebrar ante un único altar.

El Día del Señor: la adoración
Es preciso insistir, dando un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana [4]. Pensemos cómo nos preparamos para participar de la misa del domingo: distraídamente, ansiosamente, a las corridas, llegando cuando ha empezado la misa, no dándome un tiempo de reposo en el Señor, con la curiosidad de la última charla, o el resultado del partido de fútbol…

En muchas comunidades, antes del momento de la comunión, se exhorta cuidadosamente a los fieles desde la doctrina, para que reflexionen sobre la dignidad del sacramento que van a recibir; desearíamos que también al finalizar la distribución de la Eucaristía, se acompañe a los que no han recibido el sacramento con la comunión espiritual, con un texto adecuado que pueda ir repitiendo con unción toda la asamblea.

Agradecemos al Señor la creación de dos nuevas parroquias providencialmente en el domingo de la Solemnidad del Corpus Christi: una de las cuales estará bajo la advocación del Santísimo Sacramento.

En esta año del sacerdocio, deseamos valorar este ministerio encomendado por Jesús a ustedes sacerdotes: sigamos celebrando el Sacrificio eucarístico con el esmero que se merece, dando a Jesús presente en la Eucaristía e incluso fuera de la misa, un culto de adoración digno de un Misterio tan grande. Conozco de sus momentos de adoración frente al sagrario, sepan que no pierden tiempo, sino que lo ganan, para que seamos los pastores que rezan mucho por su pueblo.

Los jóvenes y la Eucaristía
El año pasado les hablé de la misión con los jóvenes. Desde su cercanía generacional y con el compromiso de los adultos, asumimos este desafío que es la prioridad diocesana: Con un espíritu de apertura, cercanía y encuentro llegar a los adolescentes y jóvenes que no vienen a nuestras capillas, a las parroquias.

    Hoy el dialogo con los jóvenes nos exige bajar al llano, salir de nuestra comunidad, para descubrir sus lugares, sus códigos, sus horarios, sus intereses…. y entonces sí, presentarles a Jesucristo, principio, centro y culmen de nuestras vidas y de sus vidas.

    Desde la pastoral juvenil diocesana queremos llegar también a los jóvenes y adolescentes que están en nuestras comunidades y movimientos, para aunar esfuerzos, conocernos, comunicarnos mejor, como un servicio de acompañamiento, frente a los tiempos de riesgo y los momentos dolorosos que viven tantos adolescentes y jóvenes.

      Es nuestro deseo que nuestros jóvenes sean cada vez más entregados a sus hermanos como misioneros en el mundo, en el estudio, en el trabajo, en las dificultades de la familia, en la solidaridad con otros jóvenes postergados u olvidados; los queremos cercanos y unidos, y para esto necesitamos que se vayan forjando como jóvenes eucarísticos. Que este pan de vida que reciben, en el amor de Cristo, sepan repartirlo con sus gestos, palabras, acciones; que sean el abrazo y la cercanía del Señor que se hace presente también en la humanidad de ustedes queridos jóvenes, ante la fractura, la deshumanización, y la contra cultura de la muerte que nos invade.

    Pongan los ojos en El, Jesús es nuestra esperanza. Una esperanza que no defrauda, que es cierta, que nos va llenando el corazón de confianza, de apertura. Es un ir descentrándose de uno mismo para centrarse en Cristo. Entonces es posible el verdadero amor, la caridad no fingida.

     Como argentinos, al comienzo de este bicentenario de la Patria, seamos hombres y mujeres de esperanza y tengamos confianza, porque esta “tarea de ser Nación”, de la cual nos hacemos cargo todos, con nuestro trabajo, con nuestros deseos de cada día, aún con nuestro mejor aporte, no depende solamente de nuestra audacia, no es apretando los dientes o frunciendo nuestros ceños que transformaremos nuestra dura realidad, tampoco desde la negativa detracción, sino abriendo de par en par nuestros corazones para que el misterio Eucarístico nos revitalice y agrande nuestra fe, esperanza y caridad.

Que María Nuestra Madre, mujer eucarística, Señora de la paz, nos siga animando a poner los ojos en El: porque Jesús pan de Vida es nuestra esperanza.  Por eso, este deseo de confiar y compartir se hizo canto y oración de nuestro pueblo  “¡Quédate con nosotros Jesús, que da miedo tanta oscuridad!; no es posible morirse de hambre en la patria bendita del pan. ¡Quédate con nosotros, Señor, que hace falta un nuevo Emaús! La propuesta será compartir, como Vos, y en tu nombre, Jesús.” (Himno congreso Eucarístico Nacional).

 

+ Mons. Jorge Lugones sj
Obispo de Lomas de Zamora

 

[1] Fausti S., Una comunidad lee el Evangelio de Lucas.

[2] Hch 6,2

[3] 2 Re 4,42-43

[4] M.N.D. Nº 9

 



Corpus Christi (2009) *


“Queridos hermanos: esta fiesta de la Eucaristía nos llama a una solidaridad que traspasa las fronteras de nuestras propias comunidades. Cada vez que los fieles comulgan se vivifican estos dos efectos inseparables, el aumento de la intimidad personal con Cristo y su Padre, y el fortalecimiento de los vínculos fraternos provocando una mayor conciencia eclesial.

La mesa eucarística es signo e instrumento de comunión y el amor mutuo entre los que parten el mismo pan y toman el mismo cáliz. La comunión para el que la recibe bien dispuesto es el alimento de una espiritualidad de comunión que debería transfigurarnos.

La misa dominical como centro de la vida cristiana, hemos de motivar a todos para que participen de ella activamente, y si es posible, mejor, con la familia. La asistencia de los padres con sus hijos a la celebración eucarística dominical es una pedagogía eficaz para comunicar la fe y el estrecho vinculo que mantiene la unidad entre ellos.

El domingo ha significado el momento privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor.

Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y ahora de sus vidas, el es el viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta.

Y esto tanto para el que puede acercarse al sacramento, como para aquellas personas que sin poder hacerlo deben realizar la comunión espiritual, uniéndose de esta manera al Señor Resucitado, que los recrea en la caridad, los hace crecer en su devoción y los capacita en su conocimiento intimo.

Por eso pido a los párrocos que no dejen de incluirla en la liturgia, en el momento del silencio eucarístico, después de que se distribuye la comunión. Asimismo, los que comulgamos, que lo hagamos por los que no pueden comulgar pero tampoco se acercan a misa porque se sienten excluidos; será importante hacerlo por familiares, amigos, compañeros de trabajo.

Pido a los sacerdotes que no dejen  de incluirla en la liturgia, en el momento del silencio después que se distribuye,

Es importante que los sacerdotes también nos preparemos para cada Eucaristía, aunque tengamos varias misas el domingo

Actitud con la que se va a misa y al acercarnos al comulgar
Cómo nos preparamos para participar, distraidamente, ansiosamente, a las corridas, llegando cuando ha comenzado a la misa, no dándome un tiempo de reposo en el Señor, con la curiosidad de la última charla o el magro resultado del partido de futbol…

A los jóvenes: “¿Si tomamos compromisos para toda la vida por qué no el sacerdocio y la vida religiosa, siguiendo a Jesús para toda la vida? ¿Por qué nos asusta?” Por su parte, a los adultos los instó a asumir, “con un espíritu de apertura, cercanía, y encuentro”, el desafío de “llegar a los adolescentes y jóvenes que no vienen a nuestras parroquias” y que constituye la prioridad diocesana. En ese sentido, sostuvo que “hoy el diálogo con los jóvenes nos exige pasar al llano, salir de nuestra comunidad para descubrir sus lugares, sus códigos, sus horarios, sus intereses y entonces sí, presentarles a Jesucristo”.-

* De la homilía de la misa de Corpus Christi