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Mensaje de la fiesta patronal (2020)

(Is. 9,1-3. 5-6; Lc. 1, 39-56)

Querida comunidad diocesana:
 Celebramos los 400 años de la aparición de la Virgen del Valle de Catamarca. Los 160 años de la colocación de la piedra fundamental de nuestra Iglesia catedral y los 156 años de la llegada a nuestra diócesis de la imagen de Nuestra Señora Madre y Reina de la Paz.

Con la voz quechua: “Tinkunako”, que significa encuentro, fusión o mezcla[1], celebramos el encuentro de la Madre con su pueblo. Encuentro de las dos imágenes históricas, donde María quedó plasmada en el color de la montaña y de los pueblos originarios y en la finura del gesto. Una, representando a los hijos de esta tierra, la otra, portando el olivo, el signo de la paz.

Iniciamos como diócesis el Año Mariano Nacional que culminará para nosotros el 24 de enero de 2021. Deseamos que Dios sea pródigo en gracia por mediación de la bondad de la Madre de su Hijo.

Dios sale al encuentro de la persona humana desde su creación: Adán y Eva… y en ellos a toda la humanidad a lo largo de la historia, y la historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón. Este encuentro llega a su culmen en las acciones de Nuestro Señor Jesucristo mientras estuvo entre nosotros, como uno de nosotros y plasmadas en los Evangelios, en donde se encuentra su significado vivo y actuante.

La “cultura del encuentro”, como dice Francisco, es ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos, sino a partir del encuentro genuino entre personas, porque ni los conceptos ni las ideas se aman; se aman las personas.

El evangelio de la visitación nos describe el encuentro de María y su prima Isabel, encuentro que nos abre a esa postal tan cercana y consoladora del afecto y el interés por el otro. Contemplamos a María con su preocupación hacia los necesitados, atenta, solidaria, servidora y también a Isabel hospitalaria, generosa y dispuesta a recibir ayuda. Las palabras de ambas son un canto a la vida y a la gratitud con Dios que las ha mirado con ternura y les ha dado la misión de ser constructoras del encuentro.

Todo ser humano que habita la “Casa Común” -como llama el Papa Francisco al mundo- está insertado, quiéralo o no, en una relación social particular, enmarcada por un territorio y precedida de una historia en común que da sentido a su vida. El ser humano precisa, además, sentirse enraizado en el humus de una tradición, de la que sólo la comunidad, y no los individuos aislados, es depositaria; sin esa tierra nutricia la persona se encuentra desamparada, desarraigada y sin memoria[2].

Necesitamos todos aportar al encuentro: como pueblo, como territorio, como comunidad y familia. El encuentro, entonces, supone las actitudes de estas dos mujeres que en el evangelio nos animan al encuentro con nosotros mismos, con Dios y con los hermanos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y -como aconsejaba San Francisco de Sales- teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”. Ante esta escena podríamos preguntarnos cómo salimos al encuentro de los demás, primero de los más cercanos, de los que comparten la vida y el trabajo cotidiano… pero también, y no menos importante, cómo nos dejamos encontrar por los que están a nuestro lado, ¿sabemos recibir afecto, ayuda, construir relaciones fraternas como respuesta al “des-encuentro”, a la violencia, a la inseguridad, al individualismo que nos invaden a veces tan cruelmente?  

Deseamos que esta imagen peregrina de la Virgen del Valle atraiga a todos al encuentro, que nos recree para caminar nuevamente el sendero del diálogo, hablando a tiempo y recorriendo la costosa ruta del encuentro saliendo de nosotros mismos. Que fortalezca a los débiles, consuele a los enfermos, reúna a las familias y derrame la gracia del Espíritu de Dios sobre nuestras comunidades, espíritu de indulgencia y reconciliación, de amor, justicia y paz.

Virgencita del Valle, danos a todos el gusto de ser y sentirnos pueblo trabajando por el encuentro. Pueblo peregrino que camina confiado en nuestro Padre Dios y en la ternura de nuestra Madre Reina de la Paz.

+ Mons. Jorge Lugones SJ
Obispo de la diócesis de Lomas de Zamora



[1] Recuerdan los acontecimientos sucedidos en la Pascua de 1593, hace 427 años en La Rioja. Donde se dio el gran encuentro de fe entre dos culturas, una representada por la nación diaguita y la otra, por la colonización española.

[2] Francisco, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, a los movimientos populares