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Mensaje de Navidad (2019)

Encontrar ‘la’ señal...
Esto les servirá de señal: encontrarán un niño… (Lc.2,12)

 

Querida comunidad:

Contemplar la Navidad nos propone miradas bien diferentes: una, la más fácil, la que primero impacta nuestros sentidos, el ambiente, las vidrieras, las propagandas, los “papa Noel” y los arbolitos por la calle... las decenas de luces intermitentes, el ritmo más acelerado más que de costumbre intentando apurar tiempos, compras, el acopio de la cena... todo en medio de una sobrecarga de colores, sonidos, adornos... Imposible no sucumbir a esta escalada navideño-consumista. Lo externo lo invade todo.    

La otra que intenta no sólo mirar sino ver más profundamente, al recordarnos que la Navidad, ¡gracias a Dios! es más, bastante más que una cuestión estomacal o de shopping y, desde la fe, nos impulsa a mirar hacia dentro de nosotros mismos, preparar primero allí el espacio para que Jesús pueda hacerse un lugar... y celebrar lo que Dios puede hacer por amor. Esta otra señal, siendo signo de fraternidad, no tiene tanto colorido sino más bien tiene el color ‘morado’ que supone ir buscando y descubriendo detrás de esa señal dolorosa el rostro sufriente de Dios en los derechos humanos vulnerados, y el primero es el derecho a la vida, a la dignidad y la libertad humana.

Parecería que gracias a que otros lo encontraron primero nosotros no tenemos mucho que buscar. ¿O sí? Tal vez lo tenemos más complicado aún que los pastores. Seguramente no habría muchos niños recién nacidos en establos o cuevas o pesebres... El Niño envuelto en pañales era ese, el que buscaban. Y no había más. ¿Y nosotros? Si creemos que la Palabra es viva y actual, entonces LA SEÑAL sigue siendo ‘el niño’ envuelto en pañales, Dios en la debilidad de la carne.

Es una señal que grita como una madre que siente que le atropellan a sus hijos cuando ve que lastiman la imagen de Dios y que ella constantemente tiene que volver a su original belleza: en el rostro del indigente, el desocupado, el sufriente, el despojado de la tierra para su subsistencia, el anciano abandonado, el depresivo, la mujer golpeada, el niño “huérfano” con alguno de sus padres vivos, la adolescente embarazada o cooptada por las redes de trata y narcotráfico… esta degradada imagen sigue siendo una señal tan débil como un niño en un Belén sin lugar, pero donde siempre habrá Alguien que restaura la imagen de Dios con nosotros.

Pero, por esos misterios que tenemos los humanos, ambas miradas desembocan en el pesebre… La Navidad, con este Niño DIOS nacido más pobre que muchos pobres, nos desarma. Y ahí estamos... acompañando, escuchando, animando, abrazando la debilidad de la carne de Cristo que se une a las cenas con ambulantes y a las familias sin techo, junto a las celebraciones, a los villancicos, a los rezos, en los pesebres que armamos en nuestras casas, convencidos de que ahí está Dios. ¡ESA SEÑAL ES DE DIOS!.

El Niño ya no está en Belén. Al menos en ese Belén de animalitos, de casitas, palmeras y rocas que nos ‘armamos’ una vez al año. El Niño ya no está en Belén, sino en este mundo nuestro de antenas parabólicas, de millones de celulares, de asfalto, de festivales, de canchas, de esquinas con pibas y pibes esperando... El Niño está en la penumbra de lo pequeño, de las gentes anónimas, que no pasan por la TV ni por las noticias de la farándula, que no influyen en nada porque solas pueden poco.

La señal sigue siendo la misma. Prestarle atención puede llevarnos a detenernos para contemplar una señal bastante diferente al que miramos cada Navidad. Pero vivir la experiencia de encontrarnos con el Niño en lo cotidiano de la vida, en realidades donde menos lo buscamos, es vivir la presencia de lo sagrado en medio de lo más humano. Es animarnos al encuentro que destierra la soledad, al individualismo que abate la projimidad, a la organización y participación como comunidad que combate la manipulación. Ese es el misterio de la Encarnación hecho visible en Navidad. Y eso, les aseguro que... estremece de verdad!

¡Que todos encontremos LA señal!                        

+ Mons. Jorge Lugones SJ
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora